
En días como hoy, todo se vuelve del revés al ver el comportamiento de la afición, juzgando el juego que han dado los toros. Valga como ejemplo, en la lidia del quinto, el juego dado por el toro en el caballo. Cuando el matador le dejó de largo, para hacer ver su bravura, no hubo caso. El toro no iba por su mansedumbre, y no porque el piquero estuviese haciendo las cosas mal, como apuntaba mi vecino de arriba. Creo que al final se convenció. Ningún toro de los que se lidiaron hoy fueron bravos en el sentido literal de la palabra, aunque el cuarto se aproximara al concepto con sus embestidas en la muleta. Encastados algunos ( 4º, 5º) bien presentados, astifinos, hicieron cavilar a los matadores, con diferentes respuestas por parte de estos. Así, Miguel de Pablo, se vio sobrepasado, resultando cogido en el sexto. Esaú estuvo por debajo del buen cuarto, al que se empeñó en torear dentro de las rayas, cuando el toro no pedía eso. Y el mejor librado de la terna fue Gómez del Pilar, que con un torazo de mas de seiscientos kg. pudo robarle muletazos que a la postre le llevaron a cortar la oreja. Sopló el viento, molestando en algunas fases de la corrida. Bien del Pozo en banderillas, y de los picadores mejor callar.
Hubo menos público que en las anteriores corridas, lo cual indica el gusto por el tipo de festejos. La afición se decanta por donde intuye que va a haber emoción, que los picadores van a tener que trabajar, aunque sea con poco acierto, que los participantes en el festejo van a tener que estar atentos, aunque haya que recordárselo y que no hay que estar pendiente de pedir la oreja como fin último, aunque se pida. El público de aluvión, ese que llena la plaza y al que lo único que le importa es la casquería, no estuvo ayer. Peor para ellos.