Hay que aguantar veinte tardes,
sin ver nada, y de repente, una tarde como cualquier otra de la feria, salen de
la puerta de cuadrillas unos señores con traje reluciente, como las demás
tardes, y te hacen salir de la plaza felices y hablando de toros. No son
comentarios sobre oreja arriba, oreja abajo, como cuando vienen figuras y a los
presidentes se les cae el pañuelo, cuando ven a uno que estaba constipado y
sentado en el tendido y se le caen los mocos. No, no es eso. Es hablar de
toros, porque salió el toro. Ese que según dicen, es el que pone a cada uno en
su sitio. Es hablar de esa suerte de varas, que no hemos visto en toda la feria
y que ayer pudimos ver. Es comentar ese comienzo de faena, tragando todo y más,
y no fantasear sobre la elegancia de un torero, dando pases a un sumiso y
entregado burel al que han cuidado. ¡Pero coño, si al toro no hay que mimarle!
Ferrera, Aguilar, Castaño, Plaza,
Adalid, Fernando Pérez. Tito, y todos los que hicieron el paseíllo, seguro que
saben, que hoy han hecho felices a veintitantos mil y pico de espectadores, y
que su labor siempre será reconocida muy por encima de la de aquellos señores que salieron
al ruedo esas tardes, en las que no hemos visto más que semovientes. El
reconocimiento de la afición, por su arte y torería, ante los magníficos
ejemplares de Adolfo Martín. Por cierto el axioma ese de que, “no hay quinto
malo”, también se cumplió, aunque por casualidad. “Marinero” cinqueño con 554
kg. Debió de salir en ese lugar, pero el
percance de Castaño en el segundo, le hizo salir sexto y lidiar el quinto
Aguilar. Ese quinto fue el más peligroso
de todo el encierro, y el madrileño no le perdió la cara.
No salió el toro perfecto,
probablemente porque no exista. Los actuantes no estuvieron perfectos, porque
pasa lo mismo que con el toro. Pero hoy, todos los actuantes nos llegaron al alma
a los aficionados. Labor completa, Ferrera, dar la cara, todos, Castaño, pegó unos
naturales de escándalo, Adalid y Pérez saludaron por su labor en banderillas en
los dos toros. Como lidió Rubén Plaza, a los dos de Castaño. Que tres varas,
endilgó Tito, al sexto, aunque la segunda le hiciese sangrar una barbaridad, al
caer baja. Tanto sufrir tiene su recompensa.
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