Fueron famosos los bueyes del santo, porque según la leyenda, cuando San Isidro estaba en un día perro, los llevaba al sembrado y ellos solos hacían la labor. En el día del Santo de esta feria vimos a seis, uno tras de otro, todos serios y con kilos en los lomos. Sin necesidad de uncirlos demostraron la mansedumbre que llevaban dentro y echaron al traste el festejo. Difíciles fueron de manejar las huidas, los paseos por las tablas, la falta de fijeza, los puyazos en el picador de puerta. Galván corrió la maratón detrás del quinto. Ureña estuvo mas pendiente de ponerse bonito que de torear al único que pareció que tenia algún pase. Y el confirmante Chicharro dio tres verónicas, que hicieron albergar esperanzas, para luego ir a menos. Las mayores ovaciones se las llevaron dos subalternos, Juan Carlos Rey e Iván García. Y por primera vez salimos antes de las nueve y media, poco después de que comenzara a llover.
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