Veintiuno de mayo. Casi lleno en tarde calurosa, hasta que llegó la tormenta. Salieron toros de siete ganaderías, para Paco Ureña en solitario. Le sacaron a saludar tras romper el paseíllo, y creo que los que debieron salir fueron los veedores del de Lorca. Seis afamados hierros, de prestigiosas ganaderías con encaste Domecq cuatro de ellas, Adolfo y La Ventana del Puerto, van por otro camino, dieron al traste con la tarde. Y tuvo que ser el sobrero del Conde de Mayalde, el que permitiera al diestro cortar una oreja que tiene su rollo. No había pasado nada hasta ese quinto, bueno que devolvieron a los corrales al de Juan Pedro Domecq por inválido, y el del Conde de Mayalde que estaba parecido, descolgó la cabeza en tres tandas con la diestra. Otras tantas se fue el suelo. Pero rompió a llover, y con que ganas, y el respetable enloqueció. Tuvo mérito el torero, embarcando al castaño, y dando una estocada de la que tardó muy poco en doblar. y en estos momentos comenzaron a llover almohadillas sobre el ruedo. Se han tirado otras veces por hastío, descontento, cabreo.... Yo que sé. Nunca hubiese imaginado que en la única faena que se pudo ver algo, allí por los terrenos del cinco y el seis cayeran tal cantidad de almohadillas. Si es como muestra de alegría por lo poco bueno que vimos en la tarde, estamos perdidos. Si es porque llovió después de tanto calor y la tormenta generó ese impulso peor. De verdad que no lo entiendo.
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